Por Andres Fontana
Agradecemos la colaboración del autor con este blog. (OMT)
La Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas que se celebrará en Copenhague del 7 al 18 de diciembre obliga a los gobiernos a actualizar sus posturas y prestar mayor atención a las políticas en curso. Los jefes de Estado y de gobierno discutirán en breve los nuevos acuerdos que a partir de 2012 van a suceder al acuerdo de Kyoto, firmado en 1997 pero en vigencia desde hace apenas cuatro años.
Datos alarmantes
Recientemente, el Comisario responsable de Medio Ambiente de la Unión Europea, Stavros Dimas, destacó que el acuerdo mundial a labrarse en Copenhague representa “la última oportunidad” (sic) para impedir “que el cambio climático alcance niveles peligrosos, si no catastróficos.”
El economista británico Nicholas Stern publicó hace tres años su ya clásico Informe sobre Cambio Climático, con pronósticos no menos alarmantes. Según Stern, de no adoptarse medidas para reducir las emisiones de gases invernadero, la concentración atmosférica de los mismos hacia 2035 podría alcanzar el doble de su nivel en la era preindustrial. Esto implica que la temperatura media del planeta experimente un aumento de más de 2ºC y en un plazo más largo supere los 5ºC. En términos económicos, el calentamiento global hacia mediados de siglo producirá las pérdidas equivalentes al 20% del PBI global.
Un estudio reciente del Foro Humanitario Mundial muestra que actualmente el cambio climático causa unas 315.000 muertes anuales, por efectos diversos, pérdidas económicas equivalentes a más de 125.000 millones de dólares y alteraciones en la provisión de agua en diversas regiones.
Negociaciones
Los medios internacionales han destacado la importancia crucial de las negociaciones entre los Estados Unidos y China para la suerte de la Conferencia de Copenhague. Ahí está en juego, en gran parte, cómo será nuestro planeta en las próximas décadas. Estas negociaciones no sólo encierran decisiones cruciales para nuestro futuro sino también la difícil cuestión de la asimetría entre el mundo desarrollado y las economías emergentes.
Los países con economías avanzadas han deteriorado desaprensivamente las condiciones ambientales en todos los órdenes a lo largo de siglos y tienen por ende una responsabilidad diferente de la que tienen los países menos desarrollados. Al mismo tiempo, si no hay una cooperación equilibrada entre países con economías avanzadas y países en vías de desarrollo –grupos que en su interior tampoco son simétricos— difícilmente puedan arribar a algún acuerdo con vías de implementación efectiva.
El argumento de los países en desarrollo no ofrece una solución pero es difícilmente rebatible: no se puede comprometer el crecimiento económico de naciones con altos niveles de desempleo y altísimos niveles de pobreza y desnutrición para solucionar un problema creado por naciones ricas con altos estándares de vida para el conjunto de su población.
En este marco, Jeffrey Sachs ha planteado que los gobiernos están inmersos en una enorme negociación, pero no en un esfuerzo enorme para resolver los problemas. Cada uno de los países se pregunta “cómo hacer lo menos posible y que los demás países hagan lo más posible?” mientras, sostiene Sachs, deberían preguntarse “cómo podemos cooperar para lograr nuestros fines compartidos con el mínimo costo y el máximo beneficio.”
Sin embargo, el problema es esencialmente político y no de racionalidad técnica o diseño de políticas. Mucho menos, la solución consiste en que todos tengan buena voluntad. El camino al infierno está alfombrado con buenas intenciones y desconocer los verdaderos intereses y racionalidades individuales de los actores en juego nos conduce directamente en esa dirección. Por eso, sin desconocer el valor de las herramientas tecnológicas y los diseños de política que están a la vista, sabemos que el éxito de las negociaciones internacionales es un factor decisivo para hacer frente a los problemas de degradación del ambiente y los negociadores no han consensuado aún el alcance de las futuras reducciones de las emisiones contaminantes.
Los países industrializados ni siquiera han llegado a un acuerdo sobre metas comunes hasta el año 2020. También se encuentra pendiente de definición la financiación de nuevas tecnologías favorables para la lucha contra el cambio climático, así como las medidas de adaptación a las consecuencias del cambio climático para los países de regiones menos desarrolladas.
Perspectivas de Copenhague
A principios de junio, más de 3.000 expertos de diversos países se reunieron en Bonn y discutieron durante 12 días los acuerdos que a partir de 2012 deberán suceder al Protocolo de Kyoto. No llegaron a ningún acuerdo satisfactorio. Poco después, durante la cumbre del Grupo de los 8 en la localidad italiana de L’Aquila, los representantes de los países en desarrollo –liderados por China y la India– se negaron a comprometer reducciones sustanciales de la emisión de los gases que contribuyen al llamado efecto invernadero.
Todo esto pone en duda el nivel de los acuerdos con que se arribará a la Cumbre de diciembre. En particular, afectan directamente la capacidad negociadora del presidente Obama, hoy la figura central para el logro de compromisos sustantivos.
Obama se encuentra atrapado entre las presiones de sus aliados europeos para comprometer al conjunto de la Comunidad Internacional en metas ambiciosas, por una parte, y la resistencia del Congreso norteamericano a que tales compromisos involucren obligaciones costosas para la economía de su país. En ese marco, el compromiso de los países en desarrollo constituye una herramienta clave para Barack Obama y el diálogo establecido con China –que con los Estados Unidos constituyen los dos países más contaminantes del mundo– se ha instalado como el ámbito decisivo para el futuro de los acuerdos y de la suerte de la reunión de Copenhague.
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* Una versión más extensa de este análisis se publicó en la Revista DEF del mes de agosto.
nos pueden ayudar a hacer un trabajo sobre la contaminacion en europa
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